¡Muchas gracias!

*“Que el Universo se pueble de ti”

Oaxaca, Oaxaca, Lunes 27 de Diciembre, 2021.- Hace casi 60 años que mis padres se conocieron, no sé si fue amor a primera vista pero este año cumplieron 57 años de casados, debió haber sido más o menos el 16 de diciembre de 1964, después de haber regresado de la fiesta de Río Seco. Su tío Mingo fue su padrino.

Domingo Hernández Arango fue hermano de mi abuela Lancha, mamá Esperanza, Lanchona para sus amigas, esposa de mi abuelo Agustín Sosa Hernández. Fueron los padres de mi padre y por lo tanto el enlace matrimonial se pretendía que quedase en un estrecho círculo familiar.

Imposible, mi bisabuela materna, Petrona Arango, además de haber tenido una familia numerosa, fue la partera de casi todas las familias de la ranchería y por lo tanto poco a poco los familiares empezaron a llegar a acompañar en el arreglo de la casa y preparación de las enchiladas.

El problema no era la fiesta, el problema era el pago de la deuda que significaba un enlace matrimonial, enlace del que queda por ahí una foto en blanco y negro de los novios en el atrio de la iglesia, mi madre no tenía más de 17 años y mi padre 20 años. Ambos eran campesinos.

Aunque fue el segundo hijo de la familia fue peón de hacienda desde que tenía seis años de edad y se llevó al hermano mayor para que también empezara a contribuir en la manutención de la familia, le tocó también contribuir al pago de la deuda de la boda de ese hermano que se casó antes.

La fiesta de mis padres fue en una humilde casita colgada del cerro peñascoso en la junta de dos ríos, Río Seco y Río Mijangos. Luego un largo año para pagar la deuda, después se encaminaron a El Cerrón, a trabajar por cuenta propia a medias con el patrón. Tumba, roza y quema para sembrar.

Aquellos fríos inviernos, a miles de metros sobre el nivel del mar, tuvieron muchas noches buenas y su primera navidad el 24 de noviembre de 1965. La partera fue mi bisabuela Petrona y no, no había tiempo para desperdiciarlo en cuarentenas, otra vez mi madre volvía al trabajo del campo.

Decir que los campesinos pobres tienen casa es mucho decir, al principio nuestro brasero estaba casi al aire libre y compuesto de tres piedras que sostenían las ollas de barro para cocer los frijoles y el café. Dormir en petate sobre un espacio ganado a la montaña era ya un lujo.

Y allá, en medio de esa miseria, mis padres siempre me dieron y pensaron para mí lo mejor, gran parte de lo que soy y como soy se lo debo a ellos y a la dura escuela de la vida, a mis hermanas y hermanos, a mis tías y tíos, a mis amigas y amigos, a mis compañeras y compañeros.

No he sido el mejor hijo, hermano, sobrino, amigo y/o compañero pero pongo todo mi empeño en ello y, cada día cuando me despierto, me comprometo a seguir siendo cada vez mejor. El tiempo siempre va delante de mí y siempre me falta para saludar, para sonreír, para verlos felices.

Qué lento transcurría el tiempo entonces para alcanzar nuestros sueños, siempre nos sucede cuando esperamos, por eso lo mejor es ir a por esos sueños y aunque cada día son nuevos o más fuertes, ahora el tiempo vuela y debemos aprender a vivir aquí y ahora con amor y felicidad.

El tiempo no puede volver pero nosotros sí podemos volver, volver a recorrer aquellos caminos, montes y valles, reencontrarnos con nuestros parientes y amigos. Lo que es mejor, declararnos abiertamente ciudadanos del mundo y disfrutar de cada espacio, de cada presente que tenemos.

Ahora, desde lo más profundo de mi corazón, les deseo que cumplan con los más importantes cometidos de nuestras vidas, amar y ser felices, pero sobre todo, a todas y a todos, ahora y siempre, les doy las gracias por ser y estar cuando se les necesita: ¡muchas gracias!

Desde un rincón del exilio,

Juan Sosa Maldonado

Defensor de Derechos Humanos

Domingo 26 de diciembre de 2021

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