Eternamente Pablo Milanés

*Murió el legendario cantautor cubano a los 79 años

Fotos: Getty Images.

Oaxaca, Oaxaca, Martes 22 de Noviembre, 2022 (Fuente: BBC News Mundo y El País).- Apenas se anunció su muerte, las redes sociales se llenaron de homenajes y comentarios. Muchos, la mayoría, hacían alusión a los títulos y letras de sus canciones, algunas de cuales eran verdaderos himnos en su Cuba natal y en todo el mundo de habla hispana.

#Eternamente, es una de las palabras que más se repetía, haciendo eco de «Yolanda», una de sus obras más conocidas.

El legendario cantautor cubano Pablo Milanés falleció a los 79 años de edad en Madrid, España, en la madrugada del 22 de noviembre (tarde-noche de este lunes 21 de noviembre en México)

Milanés, uno de los fundadores y más destacados exponentes de la Nueva Trova Cubana, estaba ingresado en un hospital madrileño desde el 12 de noviembre por «infecciones recurrentes», según su informó su oficina artística.

El artista, que en los últimos años residió en la capital española, tenía un frágil estado de salud y sufría, entre otras dolencias, un trastorno renal por el que recibió un trasplante de riñón en 2014.

En los últimos meses el intérprete de temas clásicos como «El breve espacio que no estás» o «Yo pisaré las calles nuevamente y «Para vivir» había tenido que cancelar varias actuaciones de su gira Días de Luz.

El pasado 21 de junio ofreció su último concierto en La Habana, donde actuó para miles de personas en un estadio deportivo.

Una de las primeras reacciones en Twitter ante la muerte de Milanés fue del presidente cubano, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que lo llamó una «voz inseparable de la banda sonora de nuestra generación».

«Si me faltaras, no voy a morirme, si he de morir, quiero que sea contigo», era otra frase recurrente en esa red social, también parte de «Yolanda».

Despegue artístico y trabajos forzados

Nacido en Bayamo (este de Cuba) en 1943, Pablo Milanés se trasladó de niño con sus padres a La Habana, donde estudió música en el conservatorio y adquirió influencias de la música tradicional y el género cubano «filin» (de feeling) .

Tras participar en programas de televisión y grupos vocales en los años 1950, comenzó a despuntar como cantante en la década siguiente, marcada por el comienzo del sistema comunista impuesto en la isla por Fidel Castro tras el triunfo de la Revolución Cubana en 1959.

A principios de los años 1960, Milanés compuso algunos de sus primeros temas, como «Tú, mi desengaño» y «Mis veintidós años».

Pese a declararse revolucionario, a mediados de esa década fue recluido en una Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP) con solo 23 años.

Las UMAP eran campos de trabajos forzados a los que el gobierno de Fidel Castro enviaba a artistas, intelectuales, religiosos y homosexuales por supuestamente desviarse de los valores de la revolución.

Milanés fue enviado allí por expresar ideas discrepantes con el oficialismo, según contó más adelante en entrevistas en las que recriminó al gobierno no haberle pedido disculpas por este episodio.

La Nueva Trova y el estrellato

En 1968 dio su primer concierto con Silvio Rodriguez. Los dos cantautores fundaron, junto a con Noel Nicola, la Nueva Trova Cubana a principios de la década de 1970.

La Nueva Trova combinó ritmos populares de la isla con contenidos políticos afines a las ideas de los movimientos de izquierdas de la época.

En 1985 grabó uno de los discos más célebres de su carrera, «Querido Pablo», en el que participaron músicos cercanos a Milanés como Joan Manuel Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén, Luis Eduardo Aute y Mercedes Sosa y el propio Silvio Rodríguez.

La música de Milanés abarcó diversos géneros y estilos, desde el son cubano y la canción protesta hasta composiciones para películas de cine.

Una de sus canciones de protesta más célebres fue «Yo pisaré las calles nuevamente», letra de denuncia al golpe de Estado de Chile de 1973. El músico no pisó Chile por 26 años, hasta que en 1998 el general Augusto Pinochet dejó su puesto como jefe del Ejército, ocho años despúes del regreso a la democracia.

Considerado uno de los artistas más importantes de América Latina, llevó a cabo numerosas giras y proyectos en todo el mundo a lo largo de su trayectoria.

En más de cinco décadas de carrera colaboró con importantes y variados artistas, desde Joaquín Sabina y Ana Belén y Víctor Manuel hasta Los Van Van, Ricardo Arjona o Maná, entre muchos otros.

En sus últimos años, el cubano se convirtió en una de las voces críticas del gobierno de Cuba, a quien señaló como fuente de «represión» y «hambre», y se mostró favorable a un cambio político en la isla.

Este 23 de noviembre habrá una capilla ardiente en el Salón Cervantes de la Casa de América de Madrid.


Milanés (segundo a la izquierda) con Joan Manuel Serrat, Luis Eduardo Aute, Kiko Veneno y Silvio Rodríguez en Madrid en 1983.

Muere Pablo Milanés, gran voz de la música iberoamericana, a los 79 años

El País

El cantautor Pablo Milanés ha muerto este martes de madrugada en Madrid a los 79 años, después de que se agravase su estado de salud debido a una enfermedad oncológica. Milanés es una de las grandes voces cubanas de todos los tiempos, el creador de canciones de amor inolvidables como Yolanda, Ámame como soy o El breve espacio en que no estás, que son ya himnos; un músico admirado y querido por sus compatriotas y también por importantes artistas de todos lados que hicieron suyas sus letras y lo llamaban, sencilla y cariñosamente, Pablo, o Pablito.

El artista musicalizó de muy joven los versos de Nicolás Guillén y José Martí (nada menos) y fue pilar y fundador destacado del movimiento de la Nueva Trova cubana, que deslumbró al mundo en los setenta, y en el que no le gustaba que lo encasillaran, pues su sensibilidad y su obra iban mucho más allá.

También fue el cultivador brillante del filin (de feeling, sentimiento), del bolero y de la música tradicional cubana, el que primero rescató del olvido a viejos trovadores, como Compay Segundo, y sirvió de puente en su país entre generaciones y estilos, reconocido por su talento como uno de los grandes cantautores en lengua española.

Milanés (Bayamo, 1943) recibía desde hace unos años tratamiento médico en España, donde residía con su familia. El artista cubano deja un notable legado de canciones formidables y cerca de 60 discos que lo sitúan entre los nombres indispensables y más universales de la música iberoamericana.

La belleza de su voz privilegiada y su don para la interpretación, que le permitía llegar a registros donde la mayoría no alcanzaba, unida a su forma poética de decir, de aparente sencillez, pero cargada de una profunda sensibilidad que tocaba el alma con independencia del motivo que lo inspirase, marcaron a generaciones de cubanos y latinoamericanos. Su música tuvo también fuerte arraigo en España, donde era bien conocido, y hasta en el pueblo más recóndito donde se presentara, jóvenes, medios tiempos y mayores se sabían sus letras. Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Ana Belén o Víctor Manuel son algunos de los artistas españoles que grabaron sus canciones y colaboraron con él. En su continente, figuras como Chico Buarque, Gal Costa, Armando Manzanero, Mercedes Sosa, Fito Páez, o salseros como Andy Montañez o Gilberto Santa Rosa, entre muchos otros, estaban entre sus devotos e hicieron lo propio.

Comienzo y final de una verde mañana, Años, Ya ves, Yo no te pido, Hoy la vi o Para vivir son parte de esa obra de Milanés que trascendió edades y fronteras y se convirtió en identidad de la mejor música hispanoamericana. También causaron impacto en su momento canciones políticas como Yo pisaré las calles nuevamente, La vida no vale nada, o Yo me quedo, de las que nunca se desmarcó, aunque sí lo hizo de los dogmas y la deriva de la Revolución cubana, a la que hace tiempo no consideraba revolucionaria. “Soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron, y uno tiene que luchar”, dijo en los años noventa. Luego vinieron las canciones más dolorosas de su repertorio, entre ellas, Días de gloria (“Vivo con fantasmas / Que alimentan sueños y falsas promesas / Que no me devuelven / Los días de gloria que tuve una vez”); Éxodo (“¿Dónde están los amigos que tuve ayer? ¿Qué les pasó? ¿Qué sucedió? ¿A dónde fueron? Qué triste estoy”) o La libertad (“A qué seguir respirando / Si no estás tú, libertad”).

Hablar solamente de sus composiciones políticas, o de las más poéticas, o de las más críticas en su desencanto, no es suficiente para comprender el verdadero significado y dimensión del cantautor, en quien era imposible separar al artista superdotado de la persona sensible, profundamente culta y cercana, que conectaba de inmediato con la gente y era capaz de mostrarse vulnerable ante el amor o de alzar su voz contra el racismo, la homofobia, el machismo (“la prefiero compartida antes que perder mi vida”, dice una de sus canciones), o de enfrentar cualquier injusticia.

Ese corazón tan especial, que ahora ha dejado de latir, es la esencia que explica su trayectoria vital y su obra, y es la razón de que su música siempre llegara al público y lo desarmara, cantara él sus propias canciones o interpretara los sones de los viejos trovadores, o de los clásicos del filin, el movimiento influido por el jazz que renovó la canción cubana en los cincuenta y sesenta, y que tuvo un gran peso en su formación.

Milanés no solo bebió del filin, bajo su fascinación compuso Mis 22 años, canción germinal que influyó notablemente en el surgimiento de la tendencia en la canción cubana conocida como Nueva Trova. Después, siendo ya un artista consagrado, le dedicó seis volúmenes al filin, que son verdaderas joyas de su discografía. En ellos interpretó como nadie a José Antonio Méndez, a Marta Valdés y a César Portillo de la Luz, entre otros grandes compositores, e igual pasó con la trova tradicional, léase cantando a Sindo Garay, o compartiendo descargas con Compay, Miguelito Cuní, Luis Peña (El Albino), o Cotán, a quienes regaló tres discos antológicos que tituló Años. Más allá de su ingente obra como compositor, Pablo siempre quiso ser, y fue, un gran puente entre géneros y generaciones de la mejor música popular cubana, pues, para él, esa sensibilidad era el fundamento de todo.

En la vida del artista hay muchos hitos. Sin duda, uno de los grandes fue su paso por el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, bajo la dirección del maestro Leo Brouwer, al que pertenecieron también Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier, Emiliano Salvador o Sara González, entre otros. El trabajo innovador de este taller creativo, entre 1969 y 1974, cambió los modos de entender y hacer la música cubana, y aquello cuajó en el movimiento de la Nueva Trova, que introdujo en la canción popular contenidos políticos y sociales pero tratados con hondo lirismo.

En tiempos de las dictaduras de Chile y Argentina, la Nueva Trova se convirtió en América Latina en el alma de la izquierda y del movimiento revolucionario, pero Milanés siempre compaginó ese compromiso cívico con las más hermosas canciones de amor y desamor, que son hoy, quizás, las más recordadas. Al artista, que tanto aportó a aquel movimiento, no le tembló la voz para denunciar y criticar duramente al Gobierno de su país cuando consideró que era inadmisible lo que estaba sucediendo. En una entrevista con EL PAÍS, recordando su paso en los años sesenta por los campos de trabajo forzados de la Unidad Militar de Ayuda a la Producción (UMAP), donde eran “internados” religiosos, homosexuales y todos aquellos que no cuadraban con los “parámetros revolucionarios”, lamentó que nunca nadie en Cuba se hubiera disculpado con ellos por aquel episodio tan terrible que, dijo, “no fue un hecho aislado”, sino parte de un proceso “estalinista que perjudicó a intelectuales, artistas y músicos”. “Según la historia, en 1970 comenzó lo que se llamó el quinquenio gris, y yo digo que realmente comenzó en 1965 y fueron varios quinquenios”, comentó entonces.

Además de músico, Pablo Milanés era sobre todo cubano ciento por ciento y ciudadano, y sus posiciones comprometidas le conectaron todavía más con ese público que lo adoraba y que para él era su razón de ser. Cuando en los días previos al agravamiento de su enfermedad, ortodoxos de aquí y de allá lo criticaron por “contrarrevolucionario”, los cubanos salieron en tromba a defenderlo: Pablo es Cuba, dijeron masivamente.

Milanés trasladó su residencia a España hace varios años para recibir tratamiento médico, aunque nunca olvidó a su gente y volvía siempre que podía a cantar y a ver a sus amigos. Llevaba un riñón trasplantado, que le donó su esposa, Nancy Pérez Rey, gallega y madre de sus dos últimos hijos, Pablito y Rosa, llamada así en homenaje a Rosa Parks, activista afroamericana y gran luchadora por los derechos civiles en EE UU.

El pasado verano, ya muy enfermo, quiso viajar a la Isla con su familia para ofrecer a su público un concierto memorable que fue toda una declaración de amor, y una despedida. Milanés, ya en silla de ruedas, lo dio todo en aquella última presentación en La Habana y su voz sonó con más corazón que nunca: “Ámame como soy, tómame sin temor / tócame con amor, que voy a perder la calma / Bésame sin rencor, trátame con dulzor / mírame por favor / que quiero llegar a tu alma”, fue su última canción, y las gradas se vinieron abajo en aquel adiós. Después hubo una fiesta en su casa, y junto a grandes nombres de la cultura cubana estuvieron allí con él tomando ron y whisky sus amigos de siempre, a los que siempre fue fiel y que, como todos los cubanos, menos los miserables, hoy le lloran, conscientes de que Milanés será para siempre uno de los más grandes cantores de su país, que es mucho decir.

Retrato de Pablo Milanés a través de sus 10 canciones más decisivas

El País

La abrumadora producción discográfica de Pablo Milanés, fallecido este martes en Madrid, aborda casi medio centenar de títulos —incluyendo álbumes compartidos y grabaciones en directo— y varios cientos de composiciones de autoría propia, a menudo en letra y música, y en ocasiones con versos prestados de grandes poetas. Pero, sin minusvalorar ninguna de sus etapas, parece claro que el núcleo mollar de su repertorio se concentra en la primera década de actividad grabada, entre 1975 y 1984, un periodo enormemente fértil, inspirado y prolífico, en el que tuvo tiempo de entregar una docena de álbumes.

Todas estas composiciones acabaron de fijarse para siempre en la memoria de los aficionados cuando en 1985 llega el celebérrimo Querido Pablo, un elepé producido y apadrinado por Víctor Manuel que le abriría con todos los honores las puertas del mercado español gracias a su ilustrísimo elenco de invitados: de Ana Belén a Serrat, Aute, Silvio Rodríguez, Mercedes Sosa, Miguel Ríos, Amaya o Chico Buarque. Muchos le conocían ya con anterioridad, pero ese fue el gran punto de inflexión, su refrendo entre la aristocracia de la canción de autor iberoamericana.

Al principio le horrorizó su sonido, más europeo y modernizado; a los pocos días, volvió a llamar a Víctor Manuel para disculparse y decirle que le encantaba la nueva vitalidad con que había logrado aderezar los originales. De hecho, la idea se reformularía 17 años más tarde, en 2002, con Pablo querido, otro álbum de dúos, aunque en esa ocasión con aliados exclusivamente de la otra orilla del océano.

Mi verso es como un puñal

(De Versos de José Martí, 1975)

Es curioso que un cantautor de manual como Milanés inaugurara su discografía con un trabajo dedicado con carácter monográfico a un poemario ajeno. Pero en ese caso, claro, ninguna figura podía resultar tan paradigmática como la de José Martí, el gran ideólogo decimonónico del Partido Revolucionario Cubano en la sublevación contra el colonialismo español. “Yo sé de un pesar profundo / entre las penas sin nombres / ¡La esclavitud de los hombres / es la gran pena del mundo!”, clamaba el cantor en su primer canto indispensable. Y en su más primigenia reivindicación de la poesía como arma (o puñal) para avivar conciencias.

La vida no vale nada

(De La vida no vale nada, 1976)

La verdadera gran eclosión de Milanés como trovador armado de letra, voz y música llega con su segundo elepé, acaso el más pletórico y definitorio de su trayectoria. Casi todo lo que en él sucede ha trascendido a los años y pervive en la memoria colectiva, seguramente más aún por el regusto desolado que deja su partida. Nada como plantarle cara a la melancolía con este manifiesto en pro de un canto comprometido, en las antípodas de las miradas impasibles. Porque “La vida no vale nada / cuando otros se están matando / y yo sigo aquí cantando / cual si no pasara nada”.

Para vivir

(De La vida no vale nada, 1976)

Milanés fue inmenso en el arte de la canción amatoria, un capítulo ineludible para cualquier compositor, pero en el que resulta difícil no incurrir en lugares comunes y casuísticas en exceso transitadas. De alguna manera, el cubano quiso combatir ese canon dedicando su primera balada mayúscula, una pieza de melodía hermosísima, a la hiel de un amor desvanecido: “Y aunque el llanto es amargo piensa en los años / que tienes para vivir / Que mi dolor no es menor y lo peor / es que ya no puedo sentir”. Los créditos del álbum especifican que la letra se remonta a 1967, coincidiendo con sus primeros pasos musicales.

Yo pisaré las calles nuevamente

(De La vida no vale nada, 1976)

El salvaje golpe de Estado de Pinochet en septiembre de 1973, que acalló a sangre y fuego esa primavera democrática chilena que simbolizaba Salvador Allende, dejó una herida profunda en el corazón de Milanés, que siempre había mirado con admiración hacia el palacio de la Moneda. En el mismo disco que ya incluía un emocionado homenaje al caído (A Salvador Allende, en su combate por la vida) se deslizaba esta llamada a la esperanza, a la recuperación de las libertades del pueblo hermano: “Yo pisaré las calles nuevamente / de lo que fue Santiago ensangrentada / y en una hermosa plaza liberada / me detendré a llorar por los ausentes”. Por desgracia, al pueblo chileno aún le costaría muchos años, hasta 1990, desalojar al sanguinario general, gracias a una lucha desde las clases más humildes a la que Milanés dedicaría un álbum íntegro: Canta a la resistencia popular chilena (1980).

Yo no te pido

(De No me pidas, 1978)

Fue otro álbum quintaesencial: Años o Son de Cuba a Puerto Rico figuraban entre sus surcos. Pero en este tercer disco despunta una de sus grandes piezas canónicas, una llamada a la intensificación del amor en el que destacan su registro vocal agudo, la apuesta por las estrofas que hacen las veces de estribillo —un rasgo frecuente en el firmante— o unos arreglos más minuciosos y sofisticados que hasta entonces, con la inusual presencia de la trompeta y el clavicordio en el menú.

Canción (De qué callada manera)

(De El pregón de las flores, 1981)

En su disco rubricado a dúo con la venezolana Lilia Vera, otra abanderada de la canción protesta, despuntó enseguida este son precioso en torno a unos versos de su admirado Nicolás Guillén, poeta y revolucionario de Camagüey que siempre se esforzó por dar voz a la población isleña de ascendencia africana. La pieza, por una vez casi bailable, es de una ternura adorable (“De qué callada manera / se me adentra usted sonriendo / como si fuera / la primavera / Yo, muriendo”) y anticipa un álbum monográfico, Canta a Nicolás Guillén, solo un año más tarde. Además, se incorporó con enorme éxito a los repertorios de Víctor y Ana o de Chico Buarque (adaptada al portugués: Como se fosse a primavera), y más tarde también al de Soledad Villamil, la actriz de El secreto de sus ojos.

Yolanda

(De Yo me quedo, 1982)

Por mucho que haya cantado a asuntos políticos y sociales de enorme trascendencia, el recuerdo de Milanés vivirá por siempre ligado a esta página eterna, la madre de todas las canciones de amor. La musa e inspiradora de aquellos versos inolvidables (“Si me faltaras no voy a morirme / si he de morir, quiero que sea contigo”) era Yolanda Benet, madre de la también cantante Lynn Milanés y de otras dos hijas en común, Lyam y Suylén, esta última fallecida en febrero. Benet había conocido al cantante a finales de 1968, cuando ella trabajaba en el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y buscaba a algún compositor que pusiera música al filme La primera carga al machete. El flechazo fue tan fulminante que Yolanda intercedió para que Pablo pudiera asumir el encargo, pese a encontrarse justo entonces cumpliendo el servicio militar.

Amo esta isla

(De Yo me quedo, 1982)

Una visión idílica en torno a la vida habanera e isleña, la proclama orgullosa de un cubano que, más allá de discrepancias y avatares, nunca renegó del suelo patrio. Hay varios ejemplos de esta filiación sin apenas fisuras, pero acaso ninguno tan convincente como esta oda en la que Cuba es un hábitat de serenidad frente al bullicio americano: “No me hablen de continente / que ya se han abarrotado / Usted mira a todos lados / y lo ve lleno de gente”.

Pobre del cantor

(De Comienzo y final de una verde mañana, 1984)

Milanés ha ido forjándose una popularidad cada vez más trasnacional, como evidencian, sin ir más lejos, sus memorables visitas por los escenarios brasileños, pero le horrorizan los fantasmas del conformismo, el aburguesamiento y el espíritu acomodaticio. Por eso prefiere sacudírselos de manera pública con una llamada a los compromisos renovados que siempre han de guiar el empeño del trovador: “Pobre del cantor que un día la historia / lo borre sin la gloria / de haber tocado espinas”.

El breve espacio en que no estás

(De Comienzo y final de una verde mañana, 1984)

La otra gran canción de amor, con letras capitales, en el catálogo. Y la única que a día de hoy puede competir con Yolanda —aunque sea a cierta distancia— en número de escuchas en las plataformas digitales. El amor no es tan arrebatado y sin mácula como en su canción bandera, pero parece que el carácter pendular y algo impredecible de la musa acaba erigiéndose para el poeta en atractivo adicional: “Suele ser violenta y tierna / no habla de uniones eternas / mas se entrega cual si hubiera / solo un día para amar”.

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