Una mirada a las lecciones de los sismos de 2017

*Un año después de la tragedia que azotó a Oaxaca

Oaxaca, Oaxaca, Jueves 20 de Septiembre, 2018 (Fuente: Agencias).- Los sismos del siete y 19 de septiembre de 2017 nos dejaron a los mexicanos duras lecciones que, un año después, debemos repasar para mantener a flote la vieja y constante consigna de no olvidar.

No debemos dejar ir a los muertos que no debieron haber perecido; pero tampoco debemos dejar pasar todas las cuestiones que ocurrieron sin que debieran, y que debieran ser coordenadas fundamentales sobre lo que ya no debiéramos volver a vivir.

En efecto, cuando ocurrió el sismo del siete de septiembre en Oaxaca, mucho de lo relacionado con la tragedia de dos regiones importantes de la entidad se identificaron con la pobreza, el atraso y hasta con cuestiones culturales. Se dijo, por ejemplo, que el alto costo en vidas humanas y daños materiales registrado en la región del Istmo de Tehuantepec, era resultado del tipo de construcción de las viviendas, y de la poca cultura de la prevención de desastres que existía en las normas y costumbres relacionadas con la construcción de casas y edificios en esa región.

El problema es que el sismo del 19 de septiembre nos dejó ver que las explicaciones ofrecidas a una y otra tragedia —la del Istmo, y la del centro del país, doce días después— eran insuficientes.

Sobre el primero de los puntos, que en un primer momento creímos válido respecto a la magnitud de la tragedia particularmente en el Istmo, en este espacio apuntamos hace un año, el 10 de septiembre, que en ciudades como Juchitán, Tehuantepec, Ixtepec, Matías Romero, Asunción Ixtaltepec, Niltepec y otras, se reportaron pérdidas humanas, lesionados y daños de consideración, que motivaron de inmediato la movilización de autoridades de los tres órdenes de gobierno para la atención de la contingencia.

“Desde el primer momento —apuntamos—, se pudo apreciar a través de imágenes difundidas en redes sociales, que la gran mayoría de los daños ocurrió en inmuebles construidos con adobe, techumbres, tejas, láminas y otros materiales que eran tradicionales en otras épocas, pero que no corresponden a construcciones de años recientes.

E incluso, a pesar de la magnitud del movimiento sísmico, y de la cantidad de inmuebles dañados en la región del Istmo —muchos de ellos quedaron totalmente destruidos—, lo cierto es que el número de víctimas humanas no fue el que se habría esperado de un movimiento de dimensiones equiparables en otro tiempo y lugar.”

No obstante, la idea inicial apuntaba también a que la tragedia no se había magnificado gracias a las lecciones aprendidas respecto a los lineamientos y normas de construcción, luego del terremoto de septiembre de 1985. Por eso, apuntamos: “Una de las cuestiones de mayor trascendencia ha sido la capacidad de establecer, y de que toda la gente lo entienda, esquemas de construcción acordes con la zona en la que habitamos.

En un país en donde parece que todo puede prestarse a la corrupción y a las omisiones, resulta que todos han comprendido la importancia de no brincarse, no bordear, y no simular los lineamientos bajo los cuales deben realizarse las edificaciones.

En gran medida, esa fue una de las razones por las que en los núcleos urbanos no hubo más que algunos cristales rotos y daños menores provocados por el movimiento sísmico, pero no una tragedia de grandes dimensiones como la que ocurrió en el terremoto de 1985.

“En aquella ocasión, quedó claro que una de las razones por las que fue exponencial el número de víctimas humanas y pérdidas materiales en la Ciudad de México, radicó en la deficiente calidad de construcción, y en las incorrectas normas que regían el diseño de las edificaciones que se vinieron abajo.

Aquella fue la gran prueba de un inmueble que casi cuarenta años antes se había construido con un sofisticado sistema antisísmico —la Torre Latinoamericana— y que demostró cómo cuando algo se construye a partir del reconocimiento del terreno en el que se encuentra, una posible tragedia puede no quedar más que en la anécdota.”

 

CHOQUE CON LA REALIDAD

 

Hace exactamente un año, el 19 de septiembre, ocurrió otro terremoto que agrietó la idea de que la cultura de la prevención en México —particularmente, en la capital del país— era sólida. Ahí, en la Ciudad de México, otro sismo devastó varias zonas de la ciudad dejando varios edificios caídos y alrededor de 200 personas fallecidas. ¿Qué había ocurrido, si se suponía que todos habíamos aprendido las amarguísimas lecciones que le legó al país una tragedia más o menos similar ocurrida ese mismo día, pero de 1985?

Insistimos en esa pregunta el 24 de septiembre del año pasado, y en gran medida ésta sigue sin respuesta, a la luz de verdaderas incógnitas que están en vías de convertirse en monumentos a la impunidad, como el caso del Colegio Rebsamen, sobre el que no hay mayor voluntad por parte de la autoridad para hacer justicia.

Con esa previsión, apuntamos entonces: “¿Qué se reveló con el sismo que ocurrió 12 días después en el centro del país? Que no sólo que eso no era suficiente la cultura de la prevención en cuanto al diseño y construcción de edificación de inmuebles que consideraran la zona sísmica en donde se realizaron, sino que en ese caso había también lugar a omisiones y corrupción que, aunque en una mayor medida, fueron las mismas que en terremoto de 1985 ocasionaron miles de muertos en la capital del país.

“En este caso, ciertamente, no fueron miles de muertos, pero sí los suficientes —un solo muerto lo sería— para preguntarse por qué hay edificios que se siguieron cayendo; por qué las edificaciones mejor construidas soportaron sin ninguna consecuencia el sismo; y por qué incluso edificios de departamentos de reciente construcción colapsaron con un movimiento que se encuentra dentro de lo previsible.

“En esa lógica, es claro que así como se dice que en el Istmo los daños fueron devastadores por el tipo de construcciones que predomina en la región, también lo es que en la capital del país todos sabían del llamado boom inmobiliario por el que ahora tendrán que responder autoridades y constructores por este riesgoso negocio de defraudación. Sí, en la capital del país colapsaron inmuebles que eminentemente se ocupaban para arrendamiento de casas habitación y que nadie revisaba, e incluso otros que recientemente fueron vendidos como desarrollos inmobiliarios justo en las zonas donde hubo mayor colapso de inmuebles, como la colonia Del Valle, la Narvarte, Roma, Condesa y otras.

“¿Nadie verificó que dichas construcciones se hicieran de acuerdo a los estándares de seguridad de una zona sísmica como la Ciudad de México? ¿Las autoridades de aquella entidad revisaron los proyectos o los autorizaron mediante omisiones o actos de corrupción? ¿Los contratistas, constructores y diseñadores de las obras no tienen ninguna responsabilidad en esto?”

 

DESPERTAR CIUDADANO, CONSTATADO

 

Leyendo esto, a la luz de la tibia actuación de todas las autoridades de aquel momento, y del resultado electoral del 1 de julio, todo tiene sentido: “¿Qué resulta importante de esto?”, nos preguntábamos ante la dimensión de la tragedia; y la respuesta sigue firme: “Que la ciudadanía está asumiendo con dignidad y valentía eso que la clase política siempre ha negado: la existencia de una sociedad civil organizada, pujante y exigente.

Con el temblor del 19 de septiembre pareció constatarse que ahora sí la ciudadanía se está asumiendo como tal. Pero lo siguiente que debe hacer es considerar que no se trata sólo de un despertar como chispazo o anécdota, sino que después de que pase la crisis por el terremoto debe asumir los siguientes pasos para construir la opción que quizá en el mediano plazo pueda convertirse en la piedra angular de una vía distinta a la de los partidos políticos.

” Un año después, vemos un México completamente virado hacia rumbos políticos y electorales distintos a los de entonces.

 

SEPTIEMBRE EL MES EN EL QUE HAY MÁS SISMOS

 

Septiembre es el mes con más sismos en los últimos 118 años.

De acuerdo con el Servicio Sismológico Nacional (SSN) de la UNAM, han ocurrido 14 mil 602 movimientos durante este mes desde 1900 hasta la fecha.

Con base en datos del SSN, durante todos los años la actividad sísmica se mantiene constante en un mínimo de 11 mil 205 y un máximo de 12 mil 506 terremotos; sin embargo, en septiembre el número aumenta casi dos puntos porcentuales.

El jefe del Departamento de Análisis e Interpretación de Datos Sísmicos del SSN, Víctor Espíndola Castro, comenta que esto sucede por las réplicas ocurridas después de los terremotos de 1985 y 2017.

“Las réplicas ocurren porque en sismos de gran longitud, anchura y magnitud quedan en el interior de la tierra muchos lugares inestables y ahí es donde se originan, pueden durar desde meses hasta años. Incluso ahora casi hay la misma cantidad de réplicas que de sismos”, afirma.

Añada que “el número de réplicas que ha habido del 7 de septiembre de 2017 a la fecha ha sido de 27 mil en esa región del golfo de Tehuantepec”, ubicada entre Oaxaca y Chiapas. Un año después “ya estamos en una cantidad estable de sismos.

“Ahorita ocurren sismos casi como ocurrían antes porque si la energía se libera completamente se entra en una estabilidad”, precisa.

De igual manera, el número de actividad sísmica de 1985 a la fecha se ha multiplicado ocho veces con respecto a lo registrado entre 1900 a 1984. El jefe de departamento de análisis del SSN explica que los sismos comenzaron a aumentar a partir de 1985; es decir, con la utilización del sistema sismológico financiado para tener más estaciones y equipo se lograron detectar más movimientos telúricos; “entonces sismos que antes no se reportaban, ahora se reportan”.

Desde 2010 se han extendido las estaciones a estados como Oaxaca, Sinaloa, Veracruz, Monterrey y Chihuahua. Actualmente, el SSN cuenta con 102 equipos para el registro de temblores y 61 estaciones de operación, el doctor menciona que el crecimiento ha sido de 75%.

“Al principio se registraban las fallas más fuertes. Los sensores para los registros que ahora se utilizan son más sensibles que antes, 100 veces más sensibles, entonces es más fácil que no se nos escapen los sismos en general“, comenta.

En total, el SSN tiene registrados 146 mil 976 temblores de 1900 a 2018, de los cuales 305 tuvieron una magnitud de 6.0 a 8.2, esto significa que en promedio cada año ocurren 2.5 temblores.

Con base en el Servicio Geológico Mexicano (SGM), en México en promedio ocurre un movimiento de igual o mayor magnitud a 7.5 cada 10 años; cinco actividades telúricas de igual o mayor escala de 6.5 cada cuatro años, y 100 temblores de igual o menor escala aproximadamente cada año.

Si bien se conoce el mecanismo por el que ocurren los terremotos, el sismológico no puede predecir la fecha ni la magnitud del evento porque “se necesitan conocer las características de la tierra como densidad, temperatura, contacto entre placas, qué tan áspera es, donde se propagan las ondas. En China se hicieron predicciones utilizando el comportamiento animal y tuvo un resultado parcial, pero posteriormente fracasó. Son estudios, pero no son definitorios”.

La diferencia entre la magnitud y la intensidad de un sismo es que la primera mide la energía liberada por el movimiento de la tierra y la segunda proporciona los efectos que el temblor tuvo sobre la población.

Espíndola menciona que las alertas sísmicas de la Ciudad de México funcionan tomando en cuenta sólo la magnitud del movimiento, porque dependiendo de ésta es que puede haber afectaciones sobre la población, por eso los altavoces suenan a partir de un temblor de escala 6.0.

No obstante, las alertas “no están hechas para lugares muy cercanos porque no son predictivas, nada más nos avisan de lejos cuando ya vienen las ondas que son más lentas”.

El sismo del 19 de septiembre con epicentro en Puebla, a 131.1 kilómetros de distancia de la Ciudad, por esto la alarma sonó cuando la tierra se estaba moviendo.

Los estados que concentran la mayor actividad telúrica son los ubicados en el sur de la República: Oaxaca, Chiapas y Guerrero. Tan sólo en esas tres entidades se registraron 79% de los sismos enumerados en el SSN; los siguientes estados con actividad sísmica son Colima, Jalisco y Michoacán, con 12 mil 223, que representan 8% del total; en tercer lugar Baja California y Baja California Sur, con 7 mil 963, esto es, 5%.

La República está dividida en cuatro zonas sísmicas. En la zona A se encuentran estados como Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila. Según el Servicio Geológico Mexicano “no se tienen registros históricos de sismos en los últimos 80 años”; no obstante, el Servicio Sismológico de la Universidad tiene contabilizados 482 temblores con epicentro en esta zona.

Las zonas B y C están compuestas por 24 regiones, entre los que se encuentran la capital del país y la parte norte del Estado de México. El SGM detalla que “son zonas intermedias, donde se registran sismos no tan frecuentemente o son zonas afectadas por altas aceleraciones, pero que no sobrepasan 70% de la aceleración del suelo”.

La Ciudad de México ha sido epicentro de 225 sismos desde hace 118 años, pero ninguno ha sido de magnitud mayor a cuatro grados.

El área D incluye la parte sur de las entidades de Guadalajara, Colima, Guerrero, Oaxaca y Chiapas, donde “se han reportado grandes temblores históricos, la ocurrencia de sismos es muy frecuente y las aceleraciones del suelo pueden sobrepasar 70% de la aceleración de la gravedad”, como fue el caso del sismo del 7 de septiembre en Chiapas, con magnitud de 8.2.

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